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Todo esto sucedió en el marco de la Segunda Cumbre de Regiones del Mundo sobre Seguridad Alimentaria.

Hablar de esto, del hambre, es primero remitirse a las frías y antipáticas cifras: el 12,5% de la población mundial pasa hambre. Aterrizándolo un poco, son alrededor de 870 millones de individuos que no tienen con qué comer durante el día, contando de paso a los muchos que sólo pueden ingerir los alimentos que les regale la buena voluntad de los más afortunados. Hambre. En Latinoamérica, a su vez, pese a los innegables avances que se han dado en materia de derechos sociales básicos, 49 millones —lo que daría para formar un país entero— sufren del mismo problema de no tener qué comer.
Y en Colombia, que finalmente es nuestra realidad inmediata, el 12% de las personas padecen esta realidad. Es casi lo mismo que el promedio mundial, lo que deja a nuestro país con una cifra inaceptable. Con todo y que los mismos delegados que anunciaron el informe dijeron que ha habido un avance positivo frente a mediciones del pasado. En cifras sí —y esto es lo antipático de ellas—, pero en vidas humanas aún falta demasiado.
Para el director general de la FAO, José Graziano da Silva, en los dos años que cubre el informe, 2010-2012, hubo un avance significativo en el mundo porque se logró reducir este fenómeno de los 1.000 millones que había en 1990-1992. Esto es, más o menos, una disminución de seis puntos porcentuales. Sin embargo, es claro en afirmar que la cifra sigue siendo un exabrupto, pues es sabido que en el mundo hay recursos suficientes para mantener bien alimentada a la población.
ONG, activistas de todo tipo, documentalistas, entre otros, han denunciado hasta el cansancio algo que es una verdad irrefutable: la comida se maneja en masa, en una relación totalmente capitalista, como un negocio y no como un medio de subsistencia. Esto no está mal en un inicio si esa producción masiva pudiera cubrir las necesidades de todos. Pero no es así. Sigue habiendo mucha comida pero, al mismo tiempo, muchas bocas sin alimentarse.
En Colombia hubo un avance en los 90, pero ahí se quedó. La población siguió creciendo y el hambre lo hizo a la par. Para Raúl Benítez, el director regional de la FAO para América Latina, a Colombia le falta tener una mayor coordinación de los organismos. Hacen falta, asimismo, programas destinados exclusivamente a reducir el hambre de las personas (como sí se hace en otros países del hemisferio) y que haya un trabajo muchísimo más parejo entre las entidades locales y el Gobierno Nacional.
Esta realidad hay que frenarla con músculo político. Si la FAO nos dice que a Colombia hay que meterle un “empujoncito”, hacerle caso es lo más conveniente. El inicio de todo debe darse desde el Ministerio de Agricultura, para que se ponga más atención al campo y a la manera correcta de redistribuir mucho mejor los abundantes recursos que se dan en este país. Pero es un trabajo, también, que los gobiernos locales deben hacer. La pregunta es cuándo. ¿En qué momento se desarrollará un programa focalizado que busque priorizar los esfuerzos? Nuestros gobernantes tienen la palabra.

fuente: elespectador

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