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2 de febrero, el Día Mundial de los Humedales, que desde 1997 se celebra para llamar la atención sobre la necesidad de preservar sitios de gran valor ecológico, se recuerda que las aguas interiores y costeras son bastiones de la flora y la fauna y fuentes de agua dulce en todo el planeta. La demanda de agua dulce crecerá un 650 por ciento en 30 años. Si no se la cuida, el siglo XXI será el de la sed.

Las aguas interiores y costeras son bastiones de la flora y la fauna y fuentes de agua dulce en todo el planeta. Tras siglos de irresponsabilidad, desde 1971 hay quienes se empeñan en cuidar esos espacios vitales. En la Argentina ya hay 2.666.513 ha protegidas.

La Tierra, paradójicamente, está cubierta en un 70,8 por ciento de agua. Pero durante centurias la humanidad pareció empeñada en limar ese porcentaje. Sobre todo, las aguas interiores y costeras.

Es decir, lo que los técnicos agrupan con el rótulo de “humedales”. Ocupan 570 millones de hectáreas (el seis por ciento de la superficie terrestre), pero fueron considerados erróneamente espacios marginales que debían conquistarse para la producción o para mejorar las condiciones sanitarias.

En nombre del progreso las ciudades ganaron terreno al río, los cultivos avanzaron sobre llanuras inundables y esteros, los diques convirtieron lagunas en desiertos, carreteras y condominios sepultaron vastos manglares, se drenaron pantanos para acabar con un puñado de mosquitos y se entró a saqueo en las turberas.

Se calcula que, de este modo, el mundo perdió la mitad de sus humedales.
Hoy, sin embargo, la enorme importancia que tienen va logrando reconocimiento. No es para menos. Se estima que dos tercios de los peces que nutren la industria pesquera mundial pasan al menos una parte de su ciclo vital en humedales.

También les debemos, entre otras cosas, pasturas de cíclica feracidad, fauna y flora de interés comercial, deslumbrantes escenarios turísticos, fuentes energéticas como la turba y material genético de valor estratégico (como el arroz, un alimento básico de más de media humanidad).

Además, regulan inundaciones y sequías, protegen contra fenómenos naturales como tormentas y huracanes, retienen sedimentos y nutrientes, estabilizan microclimas y permiten el transporte por agua.

Pero el más conocido es la provisión de agua dulce, un bien que jamás sobró en la naturaleza y que nuestra insensatez está volviendo cada vez más escaso. Su demanda aumentaría un 650 por ciento en los próximos 30 años.

Si no cuidamos los humedales, el XXI será el siglo de la sed. Urgen, pues, políticas de protección. Uno de los instrumentos más valiosos, en tal sentido, es la convención sobre los humedales de importancia internacional.

Se convocó por primera vez el 3 de febrero de 1971, en la pequeña ciudad iraní de Ramsar, por lo que también se la conoce como Convención de Ramsar, primer tratado intergubernamental que busca conservar los recursos naturales a escala global.

Arrancó en 1971 con la firma de 18 naciones y tres años más tarde inauguró la lista de humedales de importancia internacional con la Península de Coburg (Australia).

Hoy tiene 133 miembros y casi 1200 sitios, que conforman un mar de 102,1 millones de hectáreas.

La Argentina adhirió a la Convención de Ramsar en 1991. Su primera contribución se produjo al año siguiente. Fueron tres integrantes del sistema nacional de áreas naturales protegidas: el monumento natural laguna de los Pozuelos (Jujuy) y los parques nacionales Río Pilcomayo (Formosa) y Laguna Blanca (Neuquén).

Con 16.224 ha, Pozuelos es el mayor espejo de la Puna y el escenario de una de las reuniones de avifauna más espectaculares del país (se registraron hasta 26 mil ejemplares de los tres flamencos argentinos).

El río Pilcomayo, en pleno Chaco húmedo, atesora un amplio muestrario de ambientes acuáticos e inundables, que comparten –entre otros – el yacaré ñato y el negro, el lobito de río, el carpincho, nuestras tres cigüeñas, varios patos y garzas.

Y el parque nacional Laguna Blanca, de 11.250 ha, resguarda el cuerpo de
agua más importante de la estepa patagónica para la nidificación de aves acuáticas como el cisne de cuello negro, el macá plateado, la gallareta de ligas rojas y el flamenco común.

El mayor humedal del país es la laguna de Mar Chiquita. Recientemente incluida en la lista de sitios Ramsar, cobija una riqueza extraordinaria En 1995 se les sumó la Reserva Costa Atlántica de Tierra del Fuego, el sitio Ramsar más austral del mundo y uno de los más importantes para aves migratorias.

También la laguna Llancanelo, en el sudoeste de Mendoza, que durante el estío hospeda alrededor de 150 mil aves acuáticas de 74 especies diferentes. Y a principios de 1997, la reserva natural Bahía Samborombón, cuyos 180 kilómetros de costa poseen un inmenso valor como hábitat de alimentación y descanso para migrantes alados.

El ritmo de las designaciones aumentó durante el último lustro. Finalizando 1999, programa de recuperación mediante, se incorporó a la red el vasto humedal que antaño surcaron las balsas de los huarpes laguneros y que el aprovechamiento desmedido del agua por parte de los oasis cuyanos estaba a punto de borrar del mapa: las lagunas y bañados de Guanacache, en la zona limítrofe de Mendoza, San Juan y San Luis.

Al año siguiente, Jujuy obtuvo su segundo sitio Ramsar: las lagunas de Vilama, que a 4500 metros sobre el nivel marino sustentan una gran comunidad de aves, generosa en rarezas como el pato puna, la gallareta cornuda y el flamenco de James.

Y en octubre de 2001 le llegó el turno a Jaaukanigás (gente del agua, en lengua abipona): 492.000 ha al nordeste de Santa Fe, sobre la planicie de inundación del Paraná Medio, con un rol clave para el funcionamiento del sistema fluvial y una biodiversidad que incluye varias especies amenazadas y la variedad ictícola de la que vive el 50 por ciento de la población comarcana.

Los últimos aportes del país a la lista de humedales de importancia internacional datan de este año.

El 18 de enero se aceptó la designación de una muestra de los esteros del Iberá (24.550 ha, en Corrientes), ecorregión célebre en el mundo por su singularidad ambiental y su prodigalidad faunística.

Y el 28 de mayo, la del fabuloso conjunto que forman los bañados del río Dulce, en Santiago del Estero, y la laguna Mar Chiquita, en Córdoba. La Argentina lleva acumuladas así 2.666.513 ha con el sello Ramsar.

La dirección de Recursos Ictícolas y Acuícolas, que coordina el Comité Nacional Ramsar, tiene en la mira alrededor de veinticinco sitios más.

Entre ellos, pesos pesados como el bañado La Estrella (Formosa), los Bajos Submeridionales (Chaco-Santa Fe), el delta del Paraná (Entre Ríos-Buenos Aires), las bahías Anegada y San Blas (Buenos Aires-Río Negro), el estuario del río Deseado (Santa Cruz) y la Península Mitre (Tierra del Fuego).

Pero nuestra mayor asignatura pendiente tiene que ver con otro compromiso. La Argentina está lejos de considerar la sustentabilidad de los recursos naturales –particularmente de los hídricos– en sus planes de desarrollo (más que de planificación, en realidad corresponde hablar de iniciativas fragmentadas).

El mapa entrega sobrados ejemplos. Corrientes y Entre Ríos están transformando sus bañados en campos de arroz. Se están drenando los Bajos Submeridionales (Chaco-Santa Fe) y la depresión del Salado (Buenos Aires) para acrecentar los dominios agropecuarios. La demanda de agua para riego secó las lagunas de Guanacache (Mendoza-San Juan) y amenaza los bañados que rodean Mar Chiquita (Córdoba).

El desarrollo urbano y turístico carcome los humedales de la costa bonaerense y la patagónica. Ni siquiera los lagos sudandinos se libran de la contaminación.

La actividad minera se expande por el Noroeste sin demasiados miramientos ambientales. Y cada día aparece un nuevo megaproyecto para la Cuenca del Plata.

Nadie se detuvo a evaluar el impacto acumulativo de estos emprendimientos. Tampoco sabemos a qué conducirá la presión sobre los ambientes naturales derivada del dramático aumento de la pobreza en el país.

Pero el pronóstico no es precisamente bueno. “Pese a que los términos de la convención Ramsar son genéricos, tiene la virtud de haber desarrollado una serie de instrumentos técnicos que orientan a las partes contratantes y facilitan la protección y el uso racional de los humedales, consideró Oscar Horacio Padín, titular de la dirección de Recursos Ictícolas y Acuícolas (Driya), organismo responsable de aplicar la Convención en la Argentina–.

Además, su Fondo de Pequeñas Subvenciones está dando pie al desarrollo de importantes proyectos para la defensa de estos ambientes en el país.
Y la secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación procura fortalecer la coordinación de acciones con los ámbitos provinciales y municipales, convencida de que es posible impulsar la conservación de los humedales por medio del reconocimiento por parte de las comunidades locales de sus valores, beneficios y atributos.
“Para dar sentido a estos esfuerzos, economía y ecología deben confluir en una síntesis capaz de enfrentar los enormes desafíos del mañana y hacer realidad un desarrollo sustentable”.

Una organización que se ocupa de estas cuestiones fundamentales, la fundación Proteger, invitó a las organizaciones no gubernamentales municipios ribereños de los grandes ríos, grupos académicos, asociaciones de pescadores, amantes de la naturaleza y emprendimientos ecoturísticos de todo el país a sumarse a la agenda nacional del próximo 2 de febrero, día mundial de los humedales.

Hace notar que los humedales son sistemas absolutamente irremplazables para la provisión de agua dulce, la mitigación de inundaciones y la pesca, entre otros múltiples beneficios.

Fuente: AIM digital

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