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La biotecnología argentina desarrolla semillas transgénicas resistentes a la sequía o aptas para zonas áridas.


El cambio climático, que pareciera agudizarse, tiene en vilo a los expertos en biotecnología agrícola que buscan afanosamente hacer frente a alteraciones cíclicas, como la ausencia de precipitaciones, que causan estragos en los cultivos que se miden en millones de toneladas de alimentos en todo el mundo.

Raquel Chan, del Instituto de Agrobiotecnología del Litoral, es la responsable del hallazgo de una nueva semilla transgénica, que sin haber salido a la venta aún, tiende a revolucionar al agro al generar diversas expectativas e intereses. El descubrimiento encierra una enorme valía para los argentinos y la humanidad, ya que se trata de un gen que incorporado a otras plantas las hace más resistentes ante la falta de agua. Este gen, el HAHB-4.2, es obtenido del girasol, con la característica que hace a los cultivos más tolerantes a la salinidad del suelo. Los especialistas estiman que mediante esta técnica se podrían duplicar las áreas cultivables de soja, el maíz y el trigo, entre otros, lo que seguramente, tendría un fuerte impacto en la producción mundial. Algunas pruebas han logrado aumentar hasta el 100% la productividad a pesar de la escasez de agua.

Argentina deberá patentar el descubrimiento en el plano internacional cuanto antes para obtener la certificación que legitime a un producto genéticamente modificado, es decir que no tenga elementos tóxicos, que sea nutricionalmente equivalente al producto original y que no cause un daño al medio ambiente, según ha expresado la investigadora Chan.

Si bien este descubrimiento debe colmarnos de orgullo porque sirve al planeta, hay un acto sobresaliente que debe destacarse porque el desarrollo de las costosas pruebas de campo fueron el producto de la mancomunión del Estado a través del Conicet y la Universidad Nacional del Litoral, asociado con unos 230 agricultores de América latina ligados a la empresa local Bioceres.

Este tipo de emprendimientos con esa idea del esfuerzo común entre el sector público y privado, cobra una dinámica innovadora que hace posible la realización de grandes proyectos que resultan casi imposible cuando la fuerza humana y material se dispersa. El Estado debe siempre poner el oído en la pretensión privada porque en esa simbiosis natural de la vida se cimentan las grandes obras que enriquecen a los pueblos y sus sociedades.


fuente: diariodecuyo.com.ar

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