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Las mariposas tienden a inspirar mala poesía, pero buena ciencia. Sin estos insectos de bello aspecto y torpe movimiento, no sabríamos gran cosa del mimetismo batesiano —nombrado así por el gran entomólogo británico del siglo XIX Henry Walter Bates—, en el que una especie inofensiva se disfraza de otra venenosa para engañar a los depredadores con unas armas de las que en realidad carece. También hay serpientes y otros bichos que hacen esto, pero las mariposas lo descubrieron millones de años antes, y por ello han elevado la técnica hasta las cimas de la sofisticación: hay veces que una mariposa que no es venenosa imita a otra que tampoco lo es que a su vez imita a otra que… ¡tampoco lo es! El truco funciona por el mero hecho de que cada nueva especie de mariposas se oculta entre la multitud de las anteriores y diluye así su riesgo de convertirse en el desayuno de un pájaro. Las mariposas hacen estas cosas con una rapidez que sigue dejando perplejos a los estudiosos de la evolución. Sí, los científicos pueden haber abandonado el salacot en nuestros días, pero siguen corriendo con un cazamariposas por las márgenes del Amazonas. Luego no las pinchan con un alfiler, sino que les extraen el ADN.

Toda esta poética y toda esta genética están a punto de irse a dormir el sueño de los justos, al menos en la vieja Europa, y otros vendrán detrás. Las principales 17 especies de mariposas de pradera del continente han visto esquilmada la mitad de su población en solo las últimas dos décadas. Un niño europeo de 10 años debe haber visto más lepidópteros en los videojuegos que en el parque de su barrio. Las razones, según el informe de la Agencia Europea del Medio Ambiente conocido esta semana, son cualquier cosa menos originales. Las mariposas necesitan zonas despejadas —no solo de edificios y autovías, sino también de árboles y matorrales—, y la agricultura contemporánea es poco favorable a esos hábitats. Los prados por los que antaño revoloteaban estos insectos se están extinguiendo al mismo ritmo que la ganadería tradicional, y el crecimiento de la agricultura intensiva contribuye al fenómeno con sus monocultivos y sus pesticidas, que matarán a las pestes pero no hacen muchos distingos con el resto de la entomología. La belleza, amigos, también está en recesión en nuestros días. Qué tiempo tan feo y triste.

FUENTE: AGROINFORMACION

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