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La vid puede vegetar e, incluso, prosperar con éxito bajo las más variadas y adversas condiciones climáticas, pasando frío o mucho calor, en un paisaje casi desértico o cubierta de nieve. Sin embargo, las circunstancias que le son más favorables las proporciona un ambiente templado y más bien seco, con notoria luminosidad, largos veranos e inviernos no demasiado duros. Características estas que son fáciles de encontrar en España.

El clima y la vid

La temperatura es un factor clave para que la vid realice funciones tan vitales como la respiración, la transpiración o la fotosíntesis. Cuando las temperaturas son elevadas, se aceleran los procesos biológicos de maduración obteniéndose vinos de graduaciones elevadas, dulces o licorosos. En las zonas de elevada altitud, donde las temperaturas son más bajas, la maduración se realiza con dificultad, lo que se traduce en vinos de marcada acidez.

La luminosidad, la cantidad de luz solar que recibe la planta, juega un papel relevante en los fenómenos fisiológicos de la vid. En España se consiguen excelentes caldos en zonas donde la luminosidad alcanza valores muy dispares que oscilan entre las 2.000 horas de insolación directa anual de las comarcas vitícolas del norte y noroeste de la península, y las más de 3.000 horas anuales que, como uno de los valores más elevados del planeta, se registran en el Golfo de Cádiz y algunas áreas del sudeste.

La pluviometría es otro factor de máxima importancia en el desarrollo de la vid. Su influencia afecta decisivamente a la producción cuantitativa y a la calidad de los frutos. Las lluvias características del invierno peninsular favorecen la calidad de las vendimias, al tiempo que la moderada escasez de agua del verano se traduce en bondad para los racimos, hasta el extremo de que las mejores añadas coinciden con veranos secos y calurosos.

Hay que destacar el hecho de que España posee muchas comarcas vitivinícolas beneficiarias de especiales circunstancias microclimáticas (O Rosal, Priorato, Ribera del Duero, Sanlúcar de Barrameda…) que contribuyen directamente a la calidad de sus viñedos. El relieve del terrero, la orografía ondulada, la exposición de las viñas en las laderas o los fondos de los valles son algunos de los factores que favorecen la existencia de un determinado microclima que da lugar a vinos de calidad única

El suelo y la vid

Al igual que sucede con el clima, la vid posee una enorme capacidad de supervivencia en gran diversidad de suelos, siempre que no sean excesivamente húmedos. En cualquier caso, para obtener producciones de calidad, es preciso que el suelo reúna adecuadas condiciones, tanto físicas como químicas. 

Es necesario tener en cuenta diversos aspectos como la estructura, es decir, la forma en la que se disponen los elementos físicos del suelo (arcilla, sílice, caliza, humus). La más adecuada es la que es capaz de mantener en el terreno el volumen de espacios huecos necesarios para permitir la aireación y respiración de las raíces. Otro elemento importante es la textura del suelo, la proporción relativa de los elementos más finos como arcilla, limo y arena. Determina, junto con la estructura, la compacticidad del suelo, la posibilidad y facilidad de penetración de las raíces de la planta en los distintos horizontes, la permeabilidad al aire y al agua, la capacidad de retención de ésta última y la facilidad de evacuación en exceso, etcétera. 

Factores también importantes son la profundidad, el espesor del suelo que puede ser explorado por las raíces de la planta; la temperatura del terreno, que incide en el desarrollo de los procesos biológicos que tienen lugar en la tierra; el color del suelo, ya que su acción influye sobre su temperatura y la atmósfera más próxima a él, incidiendo por tanto en la maduración final de los frutos; la pedregosidad, la presencia de piedras o guijarros menudos, que afecta positivamente a la aptitud del suelo para la viña dado que mejora las  condiciones de aireación y la sanidad del suelo; y por último, la composición, ya que la vid extrae del terreno las sustancias minerales que le son necesarias para su existencia y cuya cuantía, por exceso o defecto, es determinante en la calidad del vino.

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